El vaso estaba situado sobre la mesa, llevaba ahí desde la noche anterior, donde su dueño lo había dejado antes de retirarse a la cama. Se encontraba realmente confundido, sentía un vació dentro de él, cosa poco rara en un vaso, pero esto era algo más. Se sentía solo, viejo y sin motivo. En resumen: el vaso estaba deprimido.
Algo que lo hacia sentirse peor aún era que realmente no le veía bases ni fundamentos a su depresión; era usado con regularidad y no lo maltrataban, llevaba una vida tranquila y sin preocupaciones. Pero de todas formas se encontraba mal, no estaba feliz con su vida y no sabia exactamente por qué. Pero se sentía mal, eso seguro.
Esto no era nuevo, llevaba ya rato oprimiéndolo, había tratado de ponerle fin a su soledad tratando de entablar conversación con los demás vasos y la vajilla. Pero las cosas que cuenta un tenedor le parecieron tediosas y banales.
–Eso es todo– pensó, –tengo que hacer algo al respecto, ya no aguanto más.–
Juan se estremeció al repentinamente oír el estrépito de vidrio rompiéndose, se paró y fue a su comedor, viendo a su gato escabullirse rumbo a la cocina –¡Baltasar!, ¿Qué has hecho?– le dijo disgustado, dirigiéndose lentamente por una escoba para recoger los trozos de cristal.
3 comentarios:
esta padrisisisisisisimo
me das permiso de ponerlo en mi blog porfavor!!!!!
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Buenisima la historia! La verdad es que los gatos cuando la lian salen corriendo y se esconden, como si ellos no hubieran hecho nada de nada, bueno, como hemos hecho tod@s alguna vez en nuestra vida, no?
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